domingo, 18 de febrero de 2007

El Río humano


por Fernando Fernández

Febrero 18 de 2007

Frente a ese río humano, en donde se confunden razas, ideologías, sueños, edades y tantas otras mezcolanzas reales, potenciales y aleatorias que ostenta el género humano; delante de ese flujo humano inmenso y anónimo que circula a velocidades no humanas y por los más variados motivos; frente a esa marejada expongo mi humanidad fatigada, sobre todo la de mis pobres pies que no soportan un paso más. Con presteza me zafo los zapatos y me apoltrono en el borde de una vitrina, balcón privilegiado desde donde veo curioso e impertinente desfilar la humanidad.

En esta cualquiera calle de cualquier ciudad populosa, oteo sin dificultad los detalles de cada paseante: rostros agraciados o no, estaturas cortas y lo contrario; vestimentas elegantes, informales o deportivas; adivino desde mi asiento improvisado rostros con afanes y preocupaciones; capto el amor ambulante que se exhibe con manoseos y besos, también se pasea por allí el conflicto en grandes alardes y sonoras discusiones, así como la concordia que negocia comprensiones; escucho voces, algunas descifro, otras son tan escasas de decibeles o proferidas en lenguas que esquivan mi comprensión y curiosidad; observo el tropel de pasos, algunos lerdos por la edad o la despreocupación, otros acelerados y en zancadas irreflexivas por el estrés o por la costumbre del galopar urgido del mundo.

Me detengo atento en algunos transeúntes, detallo en los pocos instantes en que dura su desfile frente a mi trono de reposo, admiro sus caras, sus facciones, sus cuerpos y hasta los deseo; a otros peatones los dejo pasar sin brindarles el regalo de mi mirada, me disgustan, no me atraen, no me valen la pena. A aquel otro lo persigo de mirada hasta perderlo de vista, cuanto me gustaría atraparlo, trabarle conversación, acompañarlo en su paso por el mundo. Este otro me produce risa, me burlo, su vestir no contrasta con la edad ni con la idea que me hago de la moda, lo subestimo. El otro tiene el cabello demasiado largo, descuidado, me parece mugriento, aparto la mirada, sólo le dispenso una ojeada sibilina.

Pasan y pasan, cientos y miles, tantos andantes que hasta olvido mis desalentados pies, tengo cuerpo y mente focalizados en el atisbo, en el robo de imágenes humanas, cual cazador furtivo, tal observador fugaz de este hervidero humano que sale de no sé donde y que avanza a tampoco sé donde. Transitan, corren, sudan, hablan, comen, aman, cometen todo tipo de acción excepto una: mirarme. Nadie me avizora, Nadie me obsequia una ojeada. Mucha, demasiada gente he apercibido desde este sillón callejero; a incontables individuos he pormenorizado, deseado, odiado, despreciado, y yo… y yo no he vivido para ellos, no he pasado por sus vidas, jamás sabrán de mí, ni de mi existencia. Este enjambre ignoró mi presencia, descartó mi yo. Soy invisible, soy transparente, no existo….

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado tu texto. Muy humano, muy universal, muy real. ¡Bravo!
Un abrazo.

Nelson

Anónimo dijo...

Lo que describes en tan delicado texto, es una mirada profunda de aquella parte humana tan desconocida para la realidad moderna... A veces me pregunto si en el mundo en que vivimos no hay formas diferentes de ver el mundo con una mirada mas humana, formas diferentes de convivir, formas diferentes de vivir en armonia con los demas y sobre todo formas de respetar la libertad individual... alejado del egoismo y con una sensibilidad mas alta acerca de lo que realmente somos...

Wilmer,



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Datos personales

Gran motivación en la consolidación de una ideología libertaria; hedonista; redimida de prejuicios; derribadora de paradigmas, en particular los religiosos; cuestionadora de tradiciones; cartesiana...