viernes, 26 de enero de 2007

Sobre el respeto y el derecho a disentir

Por Fernando Fernández

Agosto 15 de 2005

¿ Por qué nos ha de doler, entristecer o molestar la diferencia de ideas ?

Leer a Fernando Savater es siempre un gran placer para el espíritu, además de aleccionador. Su última artículo, no hace excepción a esta regla; veamos:

El exceso moral

Uno de los peores tópicos de la ideología reaccionaria actual es el que postula una grave crisis de valores éticos y toca a rebato para movilizar en su defensa. El diagnóstico es fraudulento, pero valioso sin duda como síntoma... aunque no de una pugna moral sino política. Porque uno de los retos políticos que tienen nuestras democracias es la institucionalización efectiva del pluralismo moral. Este pluralismo es difícil o imposible de asumir por los integristas y fanáticos de toda laya, pero también por quienes no tienen más moral que la rutina tradicional. Dentro de una sociedad democrática, las opciones morales o religiosas son derechos privados que pueden aspirar a manifestación pública... en convivencia con otras semejantes. Por el contrario, los intransigentes las consideran no derechos sino deberes, cuya imposición es inexcusable para todos so pena de catástrofe de la decencia civilizada. Gran parte de los que más vociferan sobre la crisis de los valores lo que pretenden defender es la comodidad autocomplaciente que les evita cuestionarlos, razonarlos o mantenerlos con esfuerzo propio frente a otros también respetables. Porque en la sociedad laica de garantías y libertades que es la democracia occidental (los que prefieran un modelo más piadoso pueden acogerse a la ortodoxia de Arabia Saudí), la cuestión de la vida buena –moralmente deseable– siempre permanece abierta al libre debate y nunca alcanzará la unanimidad del eterno acuerdo sino, en el mejor de los casos, la habitable transitoriedad del desacuerdo razonable. Precisamente son las leyes civiles, distintas de las normas o preceptos morales, las que delimitarán el campo social dentro del cual podrá jugarse lícitamente la partida pluralista.”

Singular prédica: Pluralismo moral; himno de libertad; en contraposición al unimoralismo impuesto por décadas y erigido al estadio de verdad absoluta que en el caso religioso y, para reforzar la idea, se presenta como de “inspiración” divina.

Noble causa es: Combatir el esquema maniqueo que tanto daño nos ha causado a través de los siglos y de las civilizaciones, en donde unos son los buenos: los creyentes, los unimoralistas iluminados por figuras celestes; y otros los malos: los que se acogen a la razón como eje de sus convicciones, los no-creyentes, los que viven la vida a su manera y defienden ideas libertarias sin obstrucción del albedrío de los demás.

¿ Por qué habría de entristecernos, molestarnos o considerar irrespeto el encuentro de voces disonantes, a veces altisonantes, que miran otro tipo de valores, diferentes de los impuestos por siglos ? Por el contrario debería entusiasmar que nuevas formas de expresión irrumpan el desolador marasmo, con sustento racional- por tantos desdeñado-, con igual oportunidad que la plantilla apretada para la que hemos sido por siglos domados. Sí a la contestación, sí a nuevas maneras de pensar, sí a la emancipación de la tradicionalidad de aceptación pasiva que continúa pesando y oprimiendo. Sí a quienes se expresan diferentemente. Sí a la tolerancia.

Y es que si cada ideología permaneciera en su lugar, con sus conceptos, sin que éstos interfirieran ni coartaran la libertad del otro, pues bien, es eso justamente la noción de tolerancia. En el caso religioso, esto no suele ser así. Por ejemplo, el islam no nos deja neutros cada vez que alguno de sus imanes predica terrorismo y envía su saga, pagada con dádivas divinas, sobre Occidente. Esto coarta a tal extremo nuestra libertad, que hasta termina con lo más sagrado que tenemos: nuestras vidas. Cuando el catolicismo, por su lado, no se contenta con su parcela, con su grey de 1200 millones de fieles, sino que acude a lobbings en las esferas decisorias de los estados, a sus enseñanzas cuasi obligatorias en colegios y hasta en universidades para que se ejecuten sus designios; ésto coerce nuestra libertad. Wotyla, Juan Pablo II, fue un gran artífice de esta molesta ingerencia, no se contentó, ni tal era su propósito, con acabar con el comunismo, sino su oficio fue substituirlo por leyes divinas, y lo logró.

Y es que, Wotyla llevó a ultranza su doctrina, con imposiciones –acatadas a medias incluso por su propia grey- de ultramoralismo, de Exceso Moral como dice Savater. Recordemos parte de su obra: anatema sobre el divorcio, sobre las relaciones extra-conyugales, sobre el aborto, sobre la contracepción, sobre el condón, sobre la eutanasia, sobre el homosexualismo, sobre las mujeres sacerdotes, sobre la ciencia, sobre lo que huela a naturaleza humana y a modernización. Y ésto ha sido adoptado –en apariencia por supuesto-, con poco cuestionamiento por nuestras sociedades, por nuestros gobiernos que en teoría son no confesionales, pero que para efectos prácticos se subordinan a Roma. Y ahora en agradecimiento con este personaje, fuertemente mediático, el artífice de este “progreso moral” y por habernos legado un sucesor, aún más fundamentalista, se le propone como santo ejemplar. Incomprensible por decir lo menos. Por encima de todas las tristezas que se causen hay que denunciar esto, decir que queremos y que necesitamos ser humanos y vivir como tales; Aquí y Ahora. Evidenciar que los que más directamente están relacionados y comprometidos con estos preceptos, también los incumplen, o ¿quien de la grey católica se ciñe a cabalidad con estas ideas que mencionamos anteriormente? Pocos o nadie, cada cual adapta las cosas a su conveniencia. Esto no es el catolicismo al que dicen pertenecer, es otra cosa, es tal vez una secta diferente.

Entonces, cuando nuestras libertades se ven afectadas por la ingerencia religiosa en Occidente y allende, pues, somos muchos, aunque poco nos expresemos, porque tenemos menos tribuna, porque cualquier crítica es estigmatizada, tiene cierto tufillo satánico, azufrado. No obstante, nos rebelamos o al menos comenzamos, y hemos comprendido que tristeza es, más bien, resignarse con las ataduras a las que la fuerza de los siglos de presión y “entrenamiento” nos confinó.

Basta de jugar a la inquisición velada con nombres como la “doctrina de la fe”, con catecismos, con normas morales, con puestas al “index” de lecturas prohibidas o peligrosas (i.e. Harry Potter, Código da Vinci; mala literatura por cierto, pero inmerecedora de fatwas católicos). Esto sí entristece, esto sí que irrespeta el intelecto neuronado del siglo XXI, a quien se le pide subrepticiamente callar sus denuncias, sus ideas, para no molestar, en aras de una discutible definición de respeto. El reto humanístico, convivencial y democrático es tolerar las diferentes ideas, aceptar que la verdad absoluta no existe, cada uno con su verdad privada.

¿Se debe comprender que “respetar” es callar y no expresarse dejando una vez más que se pronuncien tan solo aquellos que a lo largo de siglos nos han enfrascado en una ideología, hoy con sintomatología anacrónica? ¿Debemos enmudecer para que el establishment moral no se sienta ofendido en sus sempiternas e infalibles verdades? No. Debatir, expresarse y estar en discrepancia no es irrespetar, es el principio mismo de la tolerancia, de la indagación de la verdad, del relativismo moral del cual reniega Ratzinger, del pluralismo ideológico, de la democracia misma, en fin, del derecho a la libertad. Entonces, ¿es el método de denuncia el que molesta? ¿Cuál se debe emplear entonces? El discreto, el timorato, el que no contradice y que apenas si cuestiona? A todos pertenece el derecho (deber?) de expresarnos, sin temores a irrespetos malentendidos, incluso, por supuesto, a la periodista Soledad Hernández, cuyo recientemente artículo, de paso, muy controvertido; pero que lo puede y debe hacer porque es su derecho, así como otros tienen el de su disensión.

Disentir, aun en público, no es irrespeto. Respeto rima más con libertad que con silencio.

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Datos personales

Gran motivación en la consolidación de una ideología libertaria; hedonista; redimida de prejuicios; derribadora de paradigmas, en particular los religiosos; cuestionadora de tradiciones; cartesiana...