sábado, 17 de marzo de 2012

“Una hermosa doncella ” de Joyce Carol Oates


Lolita sigue tentando

por Fernando Fernández


“Porque no existe miedo más primitivo que el miedo a que no nos amen y no nos protejan”.
J.C.O.

Describe esta novela los grandes contrastes existentes entre dos personas a quienes el azar reúne en una infrecuente relación, y que como consecuencia de sus marcadísimas diferencias buscan objetivos discordantes. Lo interesante de la narración es llevarnos a reflexionar sobre el hecho de que aún en ese disenso, estos dos seres –a guisa de generalización de las relaciones humanas– pueden encontrar puntos comunes, complementos recíprocamente útiles, y establecer una afinidad simbiótica de beneficio mutuo.

Y es que se trata de dos seres diametralmente opuestos: Marcus Kidder y Katya Spivak. Él de 68 años, elegante, de alta clase social, escritor, pintor, ilustrado, adinerado; ella de dieciséis años, de pocos estudios, de escasos recursos económicos, de un hogar desavenido cuyos miembros y amigos tienen actividades rayanas en la ilegalidad.

Katya una jovenzuela atractiva, perteneciente a una familia de padre jugador y de turbios negocios y de una madre disoluta y alcohólica; ambos con gran despreocupación por sus retoños. Con esta precariedad de vida social y económica, Katya busca sustento trabajando los veranos como niñera de familias adineradas, y es justamente en Bayhead Harbor, Nueva Jersey, un lugar de gente acomodada en donde transcurre el encuentro con el señor Kidder y en donde se sitúa la acción de la novela.

A lo largo de una caminata con los niños que cuida, Katya se extasía delante una lujosa e inaccesible vitrina, y es allí en donde el señor Kidder la aborda insinuándole que cualquiera que sea su deseo de esa costosa exposición él podría procurárselo. A partir de ese momento, el señor Kidder la invita a su estupenda casa, en donde la atiende como a una princesa y le sugiere mantener una relación. Busca el señor Kidder ser convincente con su facilidad de palabra, e introduce la idea de que el destino ha querido que ellos sean “almas gemelas”, además de prometerle posibilidades futuras de una mejor vida; ofrecimientos que no caen en sordo oído. Y soluciona de antemano las divergencias con un “Aunque no hay duda de que yo tengo suficiente amor para los dos, querida. Si tú me dejas”.

El señor Kidder la acaricia timoratamente, para más tarde osar un tímido beso que en encuentros posteriores convierte en otros más apasionados. “Ningún beso se olvida; reside en la memoria como en la carne”, nos advierte la escritora. Katya experimenta un vivo asco por este viejo que le huele a muerte, sin embargo accede a estos devaneos con el ánimo de no perder esta oportunidad material que le brinda el destino. No obstante, esta chica carente de cariño logra un cierto confort afectivo al lado y en brazos del señor Kidder; no sin remordimientos logra Katya, entonces, experimentar una cierta atracción que puede confundirse con alguna forma de sentimiento, tal vez de índole paternal. Como el señor Kidder, a quien ella es incapaz de llamar Marcus como él reiteradamente le solicita, es pintor le propone hacerle un retrato y pagarle por posar. Dinero que entusiasma a Katya. Muchas sesiones son, entonces, dedicadas a esta actividad, y en algunas el señor Kidder coloca a la modelo en lencería provocadora o desnuda. La modelo acalla sus reticencias cuando se le recuerda que estas sesiones son remuneradas.

En esta relación, una gran confusión reina en la cabeza de Katya en donde cohabitan sentimientos encontrados de repulsión, afecto y necesidad económica. Sin embargo, es consciente que el señor Marcus es la única persona que la haya hasta el momento querido y que logra elevar su bajísima autoestima. Es en ese drama que se debate la naciente relación de estos dos seres tan dispares. Imposible para el lector no asociar esta situación con la bien conocida Lolita de Nabokov.

Dos seres con un alto fondo de ingenuidad, el uno en su cándida vejez, el otro en su incauta juventud, y cada cual manejando secretamente una agenda diferente. Él con un sosiego moral, ella con consciencia de mal obrar con relación al prejuicio que marcan las reglas sociales.

Logra, sin duda, la escritora atrapar al lector sin permitirle respiro hasta tanto no ver terminada la última página en donde le reserva un inusual desenlace aclarador de los cimientos de la relación provocada por el señor Kidder. Dejemos este secreto para quien se adentre en esta interesante lectura. Pero, aparte de esta trama tan bien lograda, aquí lo que se plantea de fondo es la problemática que se presenta en una relación entre personas de grandes diferencias de edad, educación, clase social y nivel económico. ¿Puede llegar, en estas condiciones de desigualdad, a ser sincera y buscar un norte común? o por el contrario ¿cada cual se atrinchera en sus propias necesidades y entrega parte de sí para simular un bien común? Si la respuesta es afirmativa, también vale la pena interrogarse libremente sobre su conveniencia, teniendo la claridad mental de que en nuestro mundo contemporáneo este hecho es de usual práctica, acaece corrientemente sin que se reconozca o se hable claro de ello, y para evitar disquisiciones incómodas se le cubre con un manto de tabú. En el caso de la novela se ejemplifica con una jovencita ávida de dinero que busca usufructuar los bienes materiales de un viejo rico, y éste, a su vez, busca estabilidad y reposo para sus últimos días. No hay en esto regla moral que deba interferir cuando de un acuerdo mutuamente consentido, así sea tácito, se trate. En todo caso es la sugerencia que hago al lector para una libre lectura y abordaje de este espinoso tema.

Éste es el último libro que nos presenta Joyce Carol Oates, nacida en Lockport, New York, en 1938, y quien cuenta con una sobresaliente carrera en el mundo de las letras: novelista, cuentista, autora teatral, editora y crítica. Candidata al Premio Nobel de Literatura desde hace largo tiempo. Todas mis recomendaciones de lectura para esta corta novela que ciertamente no dejará indiferente al lector por su estilo, trama y delicada escritura.

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Gran motivación en la consolidación de una ideología libertaria; hedonista; redimida de prejuicios; derribadora de paradigmas, en particular los religiosos; cuestionadora de tradiciones; cartesiana...