sábado, 17 de marzo de 2012

"Mamá" de Joyce Carol Oates


Mamá, el imposible olvido

por Fernando Fernández


Difícil no sentirse touché por el tema tratado en este libro: Mamá, que anunciado desde el título es desarrollado luego en extensa narración. ¿Cómo no involucrarse en esta temática y en los múltiples detalles que nos atañen como proyección de vivencias personales con nuestra propia madre? ¿Cómo no dejar que el sentimiento aflore y que el instinto afectivo primigenio nos atosigue con placer? Eso lo debió prever la escritora que con desparpajo hurga y ahonda en esa grieta.

Y es que desde el inicio, cuando y sin contexto aún, nos lanza en ese mar de sentimentalismo: “Esta es la historia de cuánto echo en falta a mi madre. Algún día, de una forma única, será también tu historia”. Imposible no sucumbir, aquí no hay Descartes que valga, el instinto lo sobrepasa. Ah, y… qué importa….

Este es el libro que nos presenta Joyce Carol Oates, nacida en Lockport, New York, en 1938, y quien cuenta con una sobresaliente carrera en el mundo de las letras: novelista, cuentista, autora teatral, editora y crítica. Candidata al Premio Nobel de Literatura.

A un comienzo meloso de una celebración del día de la madre, muy rápidamente le sucede el drama, el lector es confrontado a un asesinato execrable (digo, como si todos no lo fueran): el de la mamá de esta familia. Muy pronto se conoce el reo; la escritora no pretende crear un suspenso alrededor de la identificación del asesino porque su objetivo es otro: escarbar en el corazón de esta familia y de su entorno, pero sobre todo de la consecuencia de este acto vil.

La familia de la historia está constituida por la mamá Gwen(dolyne) y sus dos hijas Clare y Nikki; del padre fallecido en circunstancias extrañas hace ya varios años se conserva un permanente recuerdo e incluso reina en la casa familiar aún un cierto orden emanado de sus instrucciones. La narración en primera persona es de Nikki, la hija periodista, a quien le corresponde con su ojo avizor escudriñar en el pasado de su madre, y es ahí en donde se explaya la narración entrando en recuerdos de aquello vivido, de la protección, de los consejos y actuación maternal, es ahí en donde nos enternece y en donde hallamos entre las hojas del libro a nuestra propia madre. Todo no tiene el cariz de perfección con que el amor adorna (¿oculta?) los actos de la madre; la mamá de la historia tiene un pasado, que aunque no dramático, tiene sus humanos deslices, sus historias omitidas, sus flaquezas, y esto desconcierta, puesto que desmitifica al ser amado.

Nikki, la narradora, a quien todos critican por su relación con un hombre casado, se instala en casa de su madre fallecida, en donde pasó su infancia y adolescencia, contrariando las decisiones de Clare su “mandona” hermana mayor. Es este gesto de regreso al hogar, cuyo objetivo confeso es el desmontar la casa para ponerla en venta, que le permite recordar con más claridad, recibir visitas de sus vecinas contadoras de secretos pretéritos y de fisgonear entre los muchos objetos familiares. Redescubrir a su madre, palparla en su diario vivir, en toda su humanidad para beneficio de esta hija investigadora y de nosotros sus curiosos lectores.

Es que en este hogar, y como es frecuente, hay un pilar que sostiene el relacionamiento al interior de la misma familia, y que es al tiempo garante del nexo con el entorno; esta tarea suele ser encomendada a los padres, abuelos, tíos, en el caso presente es la madre acuchillada. Su brutal desaparición desmoronó la cohesión, permitió que afloraran los tapujos indecibles, el despliegue de los resquemores inconfesos y la disgregación de los miembros del grupo familiar y amistoso.

Citemos el estupendo pasaje en donde la narradora se ejercita en la fabricación de pan mientras cree oír a su madre ausente:

¡ Amasar es fácil, Nikki !

Enharínate las manos. Añade harina a la tabla hasta que la masa deje de pegarse. ¡Bien!

¡No luches con la masa! Empuja aprieta estira la masa, empuja aprieta estira la masa, así es, cariño, encuentra el ritmo, no tienes que precipitarte, utiliza tu instinto, tómate tiempo, amasar es felicidad, cuando amasas pan entras en una zona de felicidad, cuando observas que el pan sube es felicidad, cuando hueles el pan al cocerse es felicidad, cuando se enfría el pan (siempre sobre una rejilla de alambre, cielo) es felicidad cuando compartes el pan con otros es felicidad y es una felicidad que te mereces, Nikki, no tristeza.

Y Nikki recapitula: “Algunas veces brotaban lágrimas saladas de mis ojos, que caían en la masa de pan. No podía secármelas con suficiente rapidez dejando manchas de harina en mi cara.”

En materia de estilo se observa una escritura plana, sin florituras, sin un léxico rebuscado; si de la historia misma se trata, ya lo hemos sugerido, no hay afán de elementos complicados, el suspenso se deshace en cuanto hay posibilidad, para dar prioridad al contar lineal de una vida corriente con los usuales altibajos que esta comporta. Paso al sentimiento y no al misterio.

Sin duda mi recomendación de lectura de este libro, indicando que el único pecado señalable es su gran extensión debido a los muchos detalles introducidos y cuya omisión hubiese enriquecido la obra sin estropear el contenido.

De colofón de esta reseña la bella frase de inicio: “La última vez que ves a alguien y no sabes que será la última vez. Y todo lo que ahora sabes, ojalá lo hubieras sabido entonces… Pero no los sabías, y ahora es demasiado tarde. Y te dices: “¿Cómo iba a saberlo? No podía saberlo”.

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