viernes, 16 de marzo de 2012

"El príncipe Negro" de Iris Murdoch

La verdad, ¿un relativo?
por Fernando Fernández



“El alma humana anhela a lo eterno, de lo cual, aparte de algunos raros misterios de la religión, sólo el amor y el arte pueden procurar un reflejo” reza en algún lugar el libro en cuestión, y es que la temática justamente es esa, el amor y el arte, salpicada de humanidades como los celos, la envidia, la intolerancia, la incomprensión de la otredad: “detalles menores”, dirá nuestro acostumbramiento a tales yerros. El protagonista y narrador de la historia es un escritor obsesionado por elaborar una obra maestra, una novela que represente el arte por excelencia. El transcurso del tiempo novelado mostrará cómo sus mismas actuaciones, su impotencia y los enredos con el entorno se lo obstruyen. La obra, tal vez alejada de esa perfección soñada, es finalmente lograda por el escritor; ironía del destino se trata justamente de la autobiografía de una época de su vida. Se justifica entonces bien una de sus sentencias: “Todo artista es un amante desgraciado. Y los amantes desgraciados quieren contar su historia”.

Es éste en esencia el tema central del estupendo y desconcertante libro de Iris Murdoch El príncipe negro. Recordemos que Murdoch es una reconocida escritora y filósofa dublinesa fallecida en 1999 a los 79 años; publicó veinticinco novelas así como trabajos de filosofía y drama, cesando súbitamente su actividad cuatro años antes de su deceso debido a los arrasadores efectos del mal de Alzheimer.

Siete actores principales se encargan de desarrollar la totalidad de la acción novelística: Bradley (protagonista y narrador), su gran amigo Arnold (escritor consagrado), Priscilla (hermana de Bradley), Christian (exesposa de Bradley), Rachel (esposa de Arnold), Julian (hija de Arnold) y Francis (hermano de Christian). Este mundillo se encarga de crear un infierno manipulatorio en el que el narrador Bradley, a pesar de su carácter de apariencia fuerte, ejecuta à contrecoeur lo que los demás actores le imponen, todo ello para su perdición y descontento; sus fútiles rebeldías no pasan de ser arrebatos que tienen más bien un cariz de inmadurez.

La novela tiene un desarrollo de forma poco corriente. Varios prólogos preceden un cuerpo de tres partes que se termina admirablemente por varios epílogos. Prontamente el lector entenderá que los prólogos, exceptuando el magnífico del escritor español Álvaro Pombo, hacen parte importante de la novela, así como los epílogos que son también fundamentales en la comprensión de la misma.

La escritora Murdoch, gran conocedora de Shakespeare, ha esparcido sobre la novela referencias a Hamlet; de hecho el mismo nombre de la novela puede atribuirse a un misterioso personaje que se viste de negro cual el famoso príncipe danés, aunque también el título podría tener relación con un “Eros negro” citado muchas veces, o incluso con las iniciales del narrador Bradley Pearson (Black Prince).

La novela posee un ritmo que por su extrañeza y sostenimiento en la acción mantiene en vilo al lector, quien fácilmente verá desfilar las más de 500 páginas con entusiasmo y apego. Una trama muy bien estudiada en donde cada elemento encaja con precisión relojera, así por momentos ésta no sea aparente. Murdoch se cuida bien de destilar sorpresas que irrigan el relato para darle sabor, coherencia y, diría yo, pimentar de suspense. El escrito posee como elementos: una narración en primera persona que se ve arrebatada mediante cartas de los otros actores y de innumerables y efectivos diálogos; una linealidad narrativa y un lenguaje de fácil acceso; una cadencia mantenida a través de reflexiones personales del narrador, en donde con esfuerzo de lucidez dentro de la maraña que lo enreda logra transmitir numerosas frases que condimentan la imaginación del lector. Veamos algunas:

“Aunque se puede aspirar a la simplificación, no siempre es posible evitar cuando menos una elegante complejidad”.

“Traté de desarrollar un nuevo hábito, la monotonía, de la que brota el valor”.

“Dios, si existiera, se reiría de su creación”.

“Las emociones nublan la vista, y, lejos de aislar el pormenor, arrastran consigo la generalidad e incluso la teoría”.

“Nosotros nos defendemos por medio de descripciones y domamos al mundo a través de generalizaciones”.

“Nada hay que iguale la inútil soledad de quienes están juntos en la jaula”.

“En ciertas personas la voluntad sustituye a la moralidad”.



La novela es una narración endógena en el sentido en que los actores se bastan para dar sentido a la trama, no hay necesidad de un entorno adicional para que surja la tragedia que se urde con minucia a base de sus devaneos amorosos, envidia e incomprensión.

Si bien se defiende el narrador de las acusaciones graves que le imputan, y que aquí no develaremos, éste nos lanza frases muy sombrías de su desventura, como: “Me quedé sentado en medio de la ruina de mí mismo, con los ojos desorbitados”. La verdad del narrador difiere de la expresada en los epílogos por los otros actores, y es éste el gran dilema expuesto al lector; de particular interés es el correspondiente a Francis quien es presentado por Bradley como un pelele, pero que se asevera como un observador avisado en su destacable análisis de colofón.

¿Quién tendrá la razón en este galimatías? ¿el narrador con su versión? ¿los actores con sus epílogos no menos acomodaticios? Deliberadamente deja la escritora la resolución de este entuerto al lector, de manera que éste a su guisa pueda concluir su propia veracidad, que suele ser una variopinta noción que cada actor observa con un lente diferente opacado por su propio entendimiento o por sus individuales necesidades e intereses.

Desde mi verdad, todas mis recomendaciones de lectura de este magnífico libro.

No hay comentarios:



Tu colaboración es muy importante; participa con tus comentarios.
__________________________________________

Datos personales

Gran motivación en la consolidación de una ideología libertaria; hedonista; redimida de prejuicios; derribadora de paradigmas, en particular los religiosos; cuestionadora de tradiciones; cartesiana...