viernes, 16 de marzo de 2012

"Apocalipsis" de Mario Mendoza


Escritura apocalíptica
por Fernando Fernández




Muchos personajes, muchas historietas y muchas hojas podría ser el resumen de este nuevo libro de Mendoza; aquí terminaría la lapidaria recapitulación si no tuviera uno que, a guisa de claridad, añadir: poco creíble el relato y no menos vanidoso.

El protagonista Marcos Zalamanca es objeto (¿víctima?) de infinidad de aventuras. No bien comenzada la novela se descubre que su padre, tendero de barrio, de apariencia ejemplar, se suicida como efugio a una súbita enfermedad, también se devela, y como consecuencia de la clásica carta dejada por cualquier suicida, que el hijo único que el protagonista creía ser, no lo es y que, a contrario, tiene un hermano gemelo internado por su padre en una institución para enfermos mentales. Entonces Marcos vengador rescata al hermano y justiciero destruye el lugar, se encarga de su hermano, lo ayuda, lo cura, lo educa y, en fin, cualquier otro cliché que el lector pueda imaginarse, incluido el que luego es asesinado en una riña de pandillas de barrio. El personaje negado para el amor se embelesa en varias ocasiones de mujeres de difícil acceso y reputación: encarceladas y expresidiarias. Sus pasiones parecen ser la fotografía y la asistencia a un curso de literatura. De la primera hace debut improvisado sobre el cadáver suicidado de su padre, de la segunda y sin explicación creíble comparte curso con un grupo de muchachos aficionados y deseosos de volverse escritores.

Marcos no tiene ni el contexto intelectual, ni cultural ni posibilidades plausibles para aspirar a convertirse en escritor, es más bien un malandrín de barrio, sin embargo el escritor lo posiciona infundadamente en este medio. No es inocente ni caprichosa esta escogencia; aquí radica justamente el meollo y, sin duda, el quid de la “trama”.

Entonces, el lector desprevenido hasta aquí, comenzará a entender que el escritor, Mendoza, con el pretexto de hacer una obra que recapitule el conjunto de sus libros se lanza en esta aventura “apocalíptica” de dudosa tarea que consiste en vanagloriarse de sus escritos pasados. Para ello, se las ingenia poniendo en boca del narrador –está escrito en primera persona– sus experiencias literarias con el grupo de compañeros aprendices de escritura en el curso del cual participó. Estos compañeros, con el correr del tiempo se vuelven escritores conocidos y muy admirados por Zalamanca, quien les profesa profunda admiración por sus vidas literarias y estupendos libros publicados. Sería este hecho banal, de no ser que estos libros son justamente y con nombre propio los mismos que hasta el presente ha publicado Mario Mendoza. La burda estratagema, si así se le puede llamar, se convierte entonces en una autoloa simplista y deplorable, en donde el narrador se permite atacar duramente a sus críticos, los de Mendoza (Luis Fernando Afanador, El Malpensante y Arcadia para quienes utiliza nombres apenas velados). Patético proceder.

Aparte de este “detalle” que no es tangencial en el libro, la narración es un conglomerado bastante desarticulado de hechos al cual más inverosímiles, escritos en un lenguaje sencillo, léxico poco elaborado, sin un estilo realmente merecedor de llamarse literario y con muchos diálogos simplistas y banales.

Francamente el libro está escrito para un público poco exigente que se contentaría con leer historias sencillas y mensajes seudo-intelectuales al mejor estilo de muchos libros de autoayuda.

No creo que se pierda mucho al dejar de leer esta “obra” de carácter narcisista.

Razón tendrá el escritor cuando en su texto dice: “Me dije entonces que todo hombre era un misterio y que lo que vemos de una persona es sólo la punta de un iceberg cuya verdadera dimensión reposa en las profundidades de unas aguas turbias”.

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