miércoles, 28 de febrero de 2007

Tan cuidadosa caligrafía

Por Fernando Fernández

Marzo 17 de 2007

Encasullado en su albornoz, apoltronado, o más bien encajado, en tan mullido y amplio sofá, como un objeto más de aquella abundante colección, en donde con no poco abigarramiento se desparrama un muy clásico mobiliario. Por allí pululan consolas victorianas, sillas imperio, fauteuils de luises franceses con revestimientos de finos terciopelos, cuyos coloridos casan perfecta armonía con los anudados y estrambóticos cortinajes. Grácil porcelanería y delicada cristalería, relojes imperiales y multitud de objetos y formas de intensos dorados. En los muros y a guisa de pinacoteca, cuadros en donde un pintor impresionista o abstracto nunca hubiese osado pincelada.

Timorato el sol no se asoma por allí, tal vez por considerarse poco merecedor de andares por entre tanto fausto de antaño que brilla con luz propia o con ayuda de discretos candiles.

Diminuto, insignificante, reducido en estatura y perdido el realce por los años, acosado de tristezas, decepciones y añoranzas se ensarta en aquel museo vivienda el viejo. Don Genaro, que así se llama el patriarca, vegeta en contubernio con una terrible soledad en estas postrimerías de su vida cuyo pretérito fue muy pública, repleta de honores y poderes, atiborrada de gentío a sus rededores, de colaboradores, de aduladores y oportunistas, y en donde nunca tenía cabida el encuentro solitario con su propio yo. Allí instalado con Soledad que también se llama su sirvienta y que insiste en titularse “ama de llaves” de aquella mansión de donde hasta la esperanza ha desertado. Estas dos soledades se disputan el lugar, la una etérea pero con presencia real, la otra, la de huesos y pocas carnes y que emperifollada de cofia, blancos guantes y delantal almidonado sirve con británico rigor el té de las 5 o´clock, así como algunos deslices de café a diferentes horas del día para acompañar la multitud de cápsulas, pastillas, grageas y otras pepitas que el amo engulle con la ilusión de que su vetusta maquinaria continúe en funcionamiento así sea a los trancazos pero con pocos dolores de cuerpo, porque los de alma…

No es difícil ahora obtener una cita con el ex-ilustre, al contrario de la imposibilidad que había de hacerlo hace tantos años. No es difícil tampoco escucharle rememorar su vida y pericias y ver como su ahora diminuta talla se infla, como antaño, con el contar de sus logros nacionales, de sus hazañas políticas internacionales, de los muchos aportes a la modernización del Estado. Hechos en su mayoría ignorados por las nuevas generaciones u olvidados ingratamente, aún por aquellos que aún los disfrutan.

Muy temprano como cada día, las dos soledades se abalanzan a servir a Don Genaro, pero, hoy por fin hubo novedad diferente a la de la rutina cotidiana: lo hallan yerto en su mullido sofá, aferrando firmemente entre sus nudosas y muy finas manos un folio de papel escrito con esmerada caligrafía, la que siempre tuvo, y en tinta azul de estilógrafo de pluma, con el que siempre escribió y firmó tantos y trascendentes documentos. Aprisionadas entre sus manos se pueden leer las siguientes líneas, como episodio póstumo a su ahora olvidada existencia:

... y que ésta mi insoportable y pobre cabeza que alberga tantas ideas inarticuladas con aparente interconexión reunidas en una mixtura que se presenta con apariencias de coherencia pero que en sus profundidades sólo contiene un revoltijo plagado de confusión que se alimenta día tras día de más información que logra nutrir más todavía esta amalgama peligrosa e indescifrable que se manifiesta en descontento, perturbación, deseos de entender y de escapar definitivamente, o al menos de apaciguarse en un camuflado de simplismo en donde no haya lugar a pensamientos elaborados que en definitivas no conducen a nada más que a añadir confusión en donde ya la hay en demasía. Soberbia de querer comprender y explicar cada situación y cada acto de manera racional como si la realidad neuronal no condenase a obrar sólo visceralmente con algunas engañifas sabiondas que no logran convencer sino a los incautos que me han rodeado pero que no equivocan al juez sin contemplación que soy yo mismo...

Entre los rescoldos y cenizas de la chimenea, se adivinan aún algunas, muchas, hojas calcinadas, retorcidas, ennegrecidas por el fuego que, tal vez purificador, arrebató para siempre la legibilidad de tan cuidadosa caligrafía...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Desde luego reconozco al personaje, que yo también estoy investigando, rodeado de objetos y muebles, como el magnate de Orson Welles, preso en la soledad del abandono mientras lo visita la muerte. Una estampa aguda y significativa.
Un abrazo,
Carlos J



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Gran motivación en la consolidación de una ideología libertaria; hedonista; redimida de prejuicios; derribadora de paradigmas, en particular los religiosos; cuestionadora de tradiciones; cartesiana...