sábado, 17 de marzo de 2012

"Lo que nunca se sabrá" de María Cristina Restrepo


Lo que ahora sé después de leerlo

por Fernando Fernández



“Más que amor, ambos buscaban protegerse contra una vejez de soledad”
MC.R.

Qué alegría produce el descubrir un escritor que no se conoce; Qué regocijo el lapso de lectura de un libro en el que uno se involucra con ojos y mente; Que retadora la envidia sana que irreflexivamente se siente de no saberse uno el autor de esa obra que se admira; Qué placidez y contento intelectual se experimenta al finalizar un libro que ha cumplido con las exigencias de uno como lector y del que se ha disfrutado, aprendido, enriquecido la neurona y aprovechado el tiempo. Al menos estos cuatro Qués los he experimentado con la lectura del magnífico libro “Lo que nunca se sabrá” de María Cristina Restrepo. Es éste su último libro y que me motiva a la lectura de sus anteriores, cuya existencia hasta hace poco ignoraba.

Es María Cristina Restrepo oriunda de Medellín; de 1949; una brillante trayectoria de estudios en Lenguas, Arte, Letras y Filosofía; profesora universitaria, columnista y escritora de ensayos y novelas.

La trama del presente libro está tejida con gran meticulosidad, cada palabra está pensada en función de la construcción de un fino tamiz, a través del cual se destila poco a poco una proporcionada historia que entusiasma y cautiva. Imposible desprenderse de este escrito hasta no ver agotada la última página y haber consumido íntegramente esta exquisita prosa. Qué alegría.

La prosa es libre –lo sabemos–, pocas reglas posee a contrario de la poesía, a diferencia de tantos otros libros en donde se aprehende que lo fundamental es la historia en sí misma, aquí, aparte de eso, es también y sobre todo la elaborada manera como se construye esta historia, y son apreciables: el pulido léxico, la construcción de las frases, el ritmo de la narración, el manejo del tiempo.

No se puede decir que la trama desarrollada sea sencilla, por el contrario es sofisticada y enrevesada; con tanto detalle abarcado podría tornarse confusa, no es el caso, la hilanza es intachable, no hay palabra inútil, la sugerencia y el guiño surten el efecto deseado. Sutil.

Y esa trama concierne dos distinguidas familias, los Rojas muy adinerados y de ese pelaje dominante que desprecia a los demás, y los Arboleda que lo han perdido todo por imprudencias del padre en su infortunado vicio por el juego. Ambas familias veneran el dinero, la primera lucha por conservarlo y la segunda por recuperarlo y con ello la posición y el confort de otrora. El destino o la intención deliberada –nunca se sabrá– hacen que estas dos familias se vuelvan a reunir y entablen relaciones a través de sus dos hijas: Amanda Rojas y Jimena Arboleda. Relaciones que atormentarán a los Rojas porque parte de su fortuna se compromete y pasa a los Arboleda. Entonces la enemistad y la tragedia se instalan, los unos acusadores de robo y asesinato y los otros defensores de su inocencia. ¿Sinceros cuáles? ¿Culpables cuáles? Éso nunca se sabrá.

Para la época de los hechos, los Rojas acaban de regresar a Medellín después de una holgada vida en París. Retorna esta familia empujada por los vientos de Guerra, los de la Segunda, que está estallando. Era 1939. Diferentemente, los Arboleda han llevado en Medellín una vida mísera, huéspedes de un inquilinato en donde hasta la dignidad han perdido en un vivir aburrido y paupérrimo: “Nada de lo que había allí les pertenecía. Poseían apenas la pobreza, que sólo su trabajo mitigaba”. Para Amanda Arboleda la única posibilidad económica, aparte de su precario salario en un almacén, es conseguir un buen marido, el que tuvo la dejó “embarcada” poco antes de un matrimonio ad portas de bendecirse. Igualmente a Jimena en París también su novio, un médico prestante, la abandonó después de un compromiso formal de matrimonio. Muchas cosas atan a estas dos chicas y por tanto mucho tienen por compartir. Qué estupendo saco de anzuelos se configura, qué expectativa se crea sobre el desenlace de tan enredado ovillo.

El Medellín, en donde se desarrolla la acción, es una ciudad aún muy parroquial, discriminante y clasista, es época de mojigaterías, de valores tradicionales de familia muy arraigados, el qué dirán es rector de la actuación, y la sociedad juzga sin contemplación cualquier desapego a la norma. Por entonces la virginidad femenina no se discute, es así: obligatoria y condición sine qua non de un matrimonio “decente”; al revés, la contraparte masculina, acude a burdeles y pasa sus noches en compañía de bellas prostitutas. El machismo es campante e indiscutible tanto como la doble moral en materia sexual que el varón usa como paliativo a la restricción sexual. “Tomás la besó una vez más, le dijo que la amaba, y salió a visitar el burdel de Isadora Benítez en Lovaina”

La prostitución es la contraparte de esa pacatería exacerbada, al tiempo que se presenta como única salida económica para las chicas campesinas, o las de bajos recursos o aquellas que quedasen sin virginidad que era dignidad ineludible. Parte de la historia transcurre en un prostíbulo a donde acuden algunos protagonistas de la novela, allí, en aquellos cuerpos libres e impúdicos, sacian sus cuerpos mientras sus espíritus se enamoran.

Mediante una escritura elegante y precisa, de un estilo arrebatador y lleno de sutilezas, la autora elabora una trama de delicada filigrana, muy bien hilada de principio a fin, creando un agradable suspenso en donde la intriga planteada es desarrollada en gran parte, pero dejando como tarea al lector el imaginar su propia resolución. Con gran acierto urde los diferentes personajes para que converjan de manera asombrosa sin dejar cabos sueltos. Dos grandes trasfondos dominan la novela: el primero la lucha por la subsistencia económica, los que tienen no dan y los que no tienen buscan ardides para enriquecerse (un gran clásico de vigencia permanente), y segundo, el plantear las circunstancias acordes con un instinto y necesidad afectivo-sexual que comandan y explican las diferentes acciones de la novela; Freud ya nos lo había advertido.

Y decir, por último, que en esta historia con engranaje de relojería suiza no hay desperdicio, no es una novela de alegrías evidentes, los personajes, y el lector con ellos, penan de principio a fin; no hay dichas gratuitas, éstas cuando se manifiestan se enmarcan en el clásico esquema judeo-cristiano: causa culpabilidades posteriores.

No hay comentarios:



Tu colaboración es muy importante; participa con tus comentarios.
__________________________________________

Datos personales

Gran motivación en la consolidación de una ideología libertaria; hedonista; redimida de prejuicios; derribadora de paradigmas, en particular los religiosos; cuestionadora de tradiciones; cartesiana...