miércoles, 28 de febrero de 2007

Matices del Ser

Por Fernando Fernández

Marzo 10 de 2007

Nuestra racionalidad nos lleva a elaborar definiciones sobre lo que nos rodea, sea ello de índole material o intelectual. Con miras a entender mejor estas definiciones establecemos un cotejo por analogías; es así como el ser humano ha sentido la necesidad de buscar polos opuestos, extremos que se contraponen para mejor comprender. Entre más distantes sean estos polos, mayor es nuestro entendimiento.

Lingüísticamente los términos antagónicos nos ayudan en este cometido: blanco negro, bien mal, gélido candente, bello feo, inteligente torpe, femenino masculino, nunca siempre, y así agotamos un inventario ambicioso que abarca objetos, fenómenos naturales e ideas. Antagonismos que desde el punto de vista conceptual, tienen su representación. La necesidad del uso del superlativo permite dar más fuerza al polo referencial y por ende contribuye a una mejor comprensión y representación dentro de nuestro magín, a tan vasta variedad de posibilidades.

La práctica continua de una lingüística de antónimos superlativizados, es origen de no poca problemática, porque a fuerza de su corriente y abundante utilización, hemos olvidado que éstos constituyen extremos, metas absolutas, raramente alcanzables sobre todo cuando de conducta y características humanas se trata. Radicalizamos así nuestro pensamiento, lo encasillamos a ultranza, superlativizamos no sólo los conceptos abstractos de referencia, sino también, la percepción de la realidad.

¿Es sólo una pobreza de uso del lenguaje? ¿Es desidia de pensamiento? ¿Simplicidad de adjetivización? Es posible. El hecho es que hemos creado un mecanismo de comprensión tan bien elaborado, que se nos escapó de las manos. Con esta argucia referencial inventamos también una falacia que equivoca nuestro cerebro y en la que a menudo caemos torpemente: creemos vivir en el mundo que lingüísticamente hemos inventado y en el que sólo habría cabida para los extremos; nos volvimos maniqueístas.

A fuerza de hábito, hemos aprendido a polarizar el pensamiento, a reflexionar sólo en términos absolutos, olvidando que en la naturaleza humana, los conceptos, las ideas, las conductas, las reacciones son matizadas, es decir, oscilatorias entre los polos antagónicos.

Urge un esfuerzo voluntario para recordar el principio esencial según el cual, entre el blanco y el negro existe todo el espectro de colores, cada uno de los cuales es tan válido como los dos extremos referenciales. Cuando de ideas se trata, el blanco nunca será blanco absoluto como el negro tampoco lo será absoluto. A lo largo de la vida nos desplazamos entre esa gama de colores, sin realmente alcanzar blancos o negros absolutos. Más aún, ¿deben estos extremos constituir realmente nuestra meta? ¿No es acaso el rojo estupendo color, como el verde o el amarillo? Igualmente, lo tibio, es agradable temperatura, ni frío ni caliente. El ser humano es maravilloso, aún en su inteligencia media. Nadie es totalmente ni bueno ni malo, hay multitud de grises. ¡No somos ni demonios, ni ángeles, somos humanos!

La mente humana curiosamente se está haciendo "binaria", extremista, peor aún, fundamentalista, de tal manera que las ideas que nos hacemos del mundo, las opiniones que nos hacemos de los demás, no entran en el matiz oscilante que existe entre los extremos. Paradójico: hemos creado los cerebros electrónicos y hemos copiado de ellos su lógica, hemos aprendido a pensar binariamente, sólo por los polos extremos. Aún así, el ser humano conserva posibilidades de matices, que hoy se resiste a ver, a analizar, a utilizar, a disfrutar.

Los diferentes actos y cualidades humanas transcurren dentro de una amplia gama colorífera, ésa que introduce el matiz inherente al pensamiento humano, el que ha de liberarnos de la dictadura de la lógica binaria que contempla tan sólo dos opuestos de pensamiento y de actuar. Los seres humanos hemos adoptado (o ¿será que siempre hemos sido así?) comportamientos extremistas, superlativos, castrantes. Una responsabilidad deseable para nuestro pensamiento evolucionado y contemporáneo sería la de avizorar al horizonte luces que perfilen una esperanza naciente, un halo de libertad, un futuro con dimensiones amplias y diferentes: Un pensamiento no maniqueo, y un caudal léxico, que se asemeje más a un prisma radiante que irise y asperje matices de ser, del ser humano real que somos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy de acuerdo con la forma en que tratas el tema y como argumentas la falta de consciencia que está detrás del hablar sin reflexionar lo suficiente.

El uso de los superlativos inconscientes es una peste en la lengua actual, más en lo hablado que en lo escrito. Es común que cualquier adjetivo sea acompañado por un 'muy': la comida estuvo muy buena, la película muy mala, el partido muy disputado, etc. También se usa 'super' (seguramente, traduciendo o adoptando giros idiomáticos de otras culturas): "super bien", "super mal", etc.

El caso es que, por abusar de los superlativos, nos negamos la posibilidad de ser más precisos y justos en lo que apreciamos y comentamos. Es como si a todo le diéramos 5 o 0 como únicas dos posibles calificaciones. Sacar 4 o 4.5 no está tan mal. Y sacar 2.5 no es tan horrible como sacar 0.

Rodrigo Cardoso

Anónimo dijo...

Gracias por compartir estas piezas de pensamiento que además son lindas piezas de literatura. Felicitaciones por ese estilo. Buen ejemplo para nosotros, el resto de los mortales.
Jairo

Anónimo dijo...

Asi es.
Es una lucha perpetua para que uno mismo no caiga en esos superlativos que dices. Poder ver el mundo con sus múltiples colores y dejar de ver blancos y negros por doquiera que pasamos, sin que, a veces por facilismo, no detengamos nuestra vista en la extensa paleta de colores.
Tino F.



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