Vidas paralelas: con y sin dioses
por Fernando Fernández
“Cuando leemos la historia de la humanidad estamos leyendo una saga de derramamiento de sangre, de codicia y de locura, cuyo alcance nadie puede ignorar.
Aún así, imaginamos que el futuro será de alguna manera distinto.
No tengo ni idea de cómo estamos aquí todavía,
pero lo que es seguro es que no vamos a durar mucho más”
C.McC.
Aún así, imaginamos que el futuro será de alguna manera distinto.
No tengo ni idea de cómo estamos aquí todavía,
pero lo que es seguro es que no vamos a durar mucho más”
C.McC.
Esta novela está escrita bajo la forma de pieza de teatro y tiene por temática la puesta en escena de una dialéctica entre dos hombres sin nombre, uno Blanco y otro Negro. Una confrontación de dos cosmovisiones radicalmente opuestas que entran en conflicto y debate, en donde cada uno de los dos personajes busca convencer al otro de sus propias razones e ideología.
La acción, que es puramente dialogada, transcurre en la precaria habitación vivienda de Negro quien “arrastró” allí a Blanco después de salvarlo de suicidarse arrojándose al tren “Sunset Limited” que circulaba a cien kilómetros por hora.
Concretamente, esta novela dramática despliega un careo entre Blanco ateo y Negro creyente religioso. Vemos, entonces aparecer y debatir los tradicionales argumentos: el piadoso, pletórico de esperanza que le confiere la fe en su dios y un más allá eterno, un amor incondicional por Jesús que lo predestina a cosas mejores; y de otra parte, el ateo quien no sólo no cree en deidades y leyendas celestiales, sino que su carácter nihilista lo lleva a considerar la vida como un permanente sinsentido.
Una reflexión surge entonces: qué es mejor comulgar con una verdad que sólo la fe irracional (perdón por el pleonasmo) puede explicar y que conlleva a un contento sedativo de la realidad, o contrariamente tener el coraje de impugnar la deidad y enfrentarse al desconsuelo y soledad que implica este transitar de vida sin ordenador ni protector divino.
Esta novela fue escrita en el 2006 y sólo hasta ahora ha sido traducida al español; por fortuna, esta magnífica pieza no padeció el olvido del tintero y ha sido no sólo publicada sino llevada exitosamente a las tablas.
¿Qué decir de Cormac McCarthy? Que es un gran escritor estadounidense (Rhode Island, 1933); que en su juventud erró como vagabundo; que tiene un amplio número de libros a su haber; que, a mi parecer, el más impactante es “La carretera”, una joya literaria que no debe perderse de lectura y que destroza el alma y vaticina nuestro triste futuro; que no es un escritor show off y que prefiere la intimidad y la distancia de los medios, muy pocas apariciones públicas o fotos de él se conocen; que ha obtenido un buen número de premios literarios, siendo el más importante el Pulitzer que obtuvo en el 2007 por su novela “La carretera”; que los runrunes son cada vez más fuertes de candidato probable al premio Nóbel.
Negro ha llevado una vida envuelta en la drogadicción, la violencia, su carencia de familia, la pobreza, la frecuentación del bajo mundo, la carencia de educación y su largo paso por la cárcel. Blanco es una persona de pocos amigos, muy culto, profesor de humanidades, que ha tenido una vida honorable y confortable. Es decir, nada en común y menos desde el punto de vista ideológico entre estos dos tertuliantes que el azar reunió. Buena ilustración de esta divergencia es escuchar a Negro decir: “La luz está en todas partes, lo que pasa es que usted no ve más que sombra alrededor. Y la sombra es usted. Usted hace la sombra”, y a Blanco anotar: “Si la gente viera el mundo como lo que es. Si viera lo que la vida es realmente. Sin sueños y sin ilusiones. Dudo mucho que nadie pudiera aportar una sola razón para no elegir la muerte lo antes posible”, “Sólo queda la esperanza del vacío. De la nada. Yo me aferro a esa esperanza”.
Y es que en este debate cada uno de ellos se estanca inamovible en sus convicciones; mientras Negro se aferra con fe de carbonero a sus creencias religiosas que le producen optimismo y una vida de contento, a pesar de sus tantas desdichas, Blanco con sus brillantes conocimientos y una vida privilegiada se encuentra a sus años totalmente desilusionado de la realidad, no cree ni en dioses ni en la condición humana y considera como única posible salida a su calvario diario el lanzarse a la vía del veloz Sunset Limited.
Entonces, estos dos antagónicos personajes atrincherados en sus posiciones y al resguardo de una habitación discuten vanamente a lo largo de unas horas aquello que el escritor recopila en cien contundentes páginas: Evangelización versus incredulidad; Religión versus ateísmo; Fe versus cartesianismo; Esperanza versus desesperación; Precariedad intelectual versus lucidez existencial; Resignación y aceptación versus inconformismo; Vida versus muerte. El escritor nos reserva un final dramático, contundente y realista.
En cuanto a mí, que estoy sesgado por mi inclinación hacia las tesis de Blanco, mi colofón es un pequeño aforismo que acuñé hace ya muchos años y que ha guiado mi proceder: “Que el coraje, parido con dolor de la razón, impere y se atreva a renunciar a la deidad, novelesco fruto de nuestras desesperadas fragilidades”.
La acción, que es puramente dialogada, transcurre en la precaria habitación vivienda de Negro quien “arrastró” allí a Blanco después de salvarlo de suicidarse arrojándose al tren “Sunset Limited” que circulaba a cien kilómetros por hora.
Concretamente, esta novela dramática despliega un careo entre Blanco ateo y Negro creyente religioso. Vemos, entonces aparecer y debatir los tradicionales argumentos: el piadoso, pletórico de esperanza que le confiere la fe en su dios y un más allá eterno, un amor incondicional por Jesús que lo predestina a cosas mejores; y de otra parte, el ateo quien no sólo no cree en deidades y leyendas celestiales, sino que su carácter nihilista lo lleva a considerar la vida como un permanente sinsentido.
Una reflexión surge entonces: qué es mejor comulgar con una verdad que sólo la fe irracional (perdón por el pleonasmo) puede explicar y que conlleva a un contento sedativo de la realidad, o contrariamente tener el coraje de impugnar la deidad y enfrentarse al desconsuelo y soledad que implica este transitar de vida sin ordenador ni protector divino.
Esta novela fue escrita en el 2006 y sólo hasta ahora ha sido traducida al español; por fortuna, esta magnífica pieza no padeció el olvido del tintero y ha sido no sólo publicada sino llevada exitosamente a las tablas.
¿Qué decir de Cormac McCarthy? Que es un gran escritor estadounidense (Rhode Island, 1933); que en su juventud erró como vagabundo; que tiene un amplio número de libros a su haber; que, a mi parecer, el más impactante es “La carretera”, una joya literaria que no debe perderse de lectura y que destroza el alma y vaticina nuestro triste futuro; que no es un escritor show off y que prefiere la intimidad y la distancia de los medios, muy pocas apariciones públicas o fotos de él se conocen; que ha obtenido un buen número de premios literarios, siendo el más importante el Pulitzer que obtuvo en el 2007 por su novela “La carretera”; que los runrunes son cada vez más fuertes de candidato probable al premio Nóbel.
Negro ha llevado una vida envuelta en la drogadicción, la violencia, su carencia de familia, la pobreza, la frecuentación del bajo mundo, la carencia de educación y su largo paso por la cárcel. Blanco es una persona de pocos amigos, muy culto, profesor de humanidades, que ha tenido una vida honorable y confortable. Es decir, nada en común y menos desde el punto de vista ideológico entre estos dos tertuliantes que el azar reunió. Buena ilustración de esta divergencia es escuchar a Negro decir: “La luz está en todas partes, lo que pasa es que usted no ve más que sombra alrededor. Y la sombra es usted. Usted hace la sombra”, y a Blanco anotar: “Si la gente viera el mundo como lo que es. Si viera lo que la vida es realmente. Sin sueños y sin ilusiones. Dudo mucho que nadie pudiera aportar una sola razón para no elegir la muerte lo antes posible”, “Sólo queda la esperanza del vacío. De la nada. Yo me aferro a esa esperanza”.
Y es que en este debate cada uno de ellos se estanca inamovible en sus convicciones; mientras Negro se aferra con fe de carbonero a sus creencias religiosas que le producen optimismo y una vida de contento, a pesar de sus tantas desdichas, Blanco con sus brillantes conocimientos y una vida privilegiada se encuentra a sus años totalmente desilusionado de la realidad, no cree ni en dioses ni en la condición humana y considera como única posible salida a su calvario diario el lanzarse a la vía del veloz Sunset Limited.
Entonces, estos dos antagónicos personajes atrincherados en sus posiciones y al resguardo de una habitación discuten vanamente a lo largo de unas horas aquello que el escritor recopila en cien contundentes páginas: Evangelización versus incredulidad; Religión versus ateísmo; Fe versus cartesianismo; Esperanza versus desesperación; Precariedad intelectual versus lucidez existencial; Resignación y aceptación versus inconformismo; Vida versus muerte. El escritor nos reserva un final dramático, contundente y realista.
En cuanto a mí, que estoy sesgado por mi inclinación hacia las tesis de Blanco, mi colofón es un pequeño aforismo que acuñé hace ya muchos años y que ha guiado mi proceder: “Que el coraje, parido con dolor de la razón, impere y se atreva a renunciar a la deidad, novelesco fruto de nuestras desesperadas fragilidades”.