viernes, 26 de enero de 2007

Queremos la santificación de Juan Pablo II

Por Fernando Fernández

Julio 4 de 2005


¿Acaso ya no era santo en vida? Fuera como fuese todos con devoción le decíamos Su Santidad.

Yo que tuve algunas dudas sobre la sensata propuesta católica de añadir el nombre de Juan Pablo II al sancta sanctorum de la madre iglesia, debo confesar con humildad que mis titubeos infundados, frutos de la absurda costumbre de utilizar la razón, están ahora completamente disipados: Deseo firmemente que este santo personaje permanezca en mi memoria así como en la grey de 1200 millones de mansos corderos católicos y de sus símiles. Lucharé con tesón para que este santo patrono de la verdad contemporánea e infalible se instale definitivamente en el estrato que le corresponde: el de los santos, el de los personajes ejemplares, aquellos que habiendo terminado una misión divina en esta vida, pasan a otra, en donde se dedican al toque de lira entre cumulos nimbus en medio de inclementes chiflones.

Y me uno a la sacrosanta labor de aportar pruebas, de las de imperativo necesario para entronizar virtuosos, como las que ya nuestros compatriotas colombianos, con mucha devoción, con gran credibilidad y con visión universal han comenzado a comunicar. Ejemplos, todos por demás loables, son el de la monjita tullida que con sólo mirar el retrato del santo finado salió trotando, o el del mecánico que al invocar al futuro santo, ahí mismo todas sus dolencias físicas lo abandonaron como por encanto. ¿Por encanto? No. Por milagro. Y aquí es donde yo estoy dispuesto a dar testimonio sobre el milagro que en mi pobre humanidad obró el decrépito anciano, que aunque en sus postrimerías, ya no pudiera coordinar ni movimientos, ni ideas, su sola presencia era símbolo del más allá, su mirada apuntaba al infinito celeste, su tonsura transformada en aureola nos comunicaba, aparte de sacro respeto, una prueba indiscutible de la divina presencia y una materialización palpable de la, no menos divina, Providencia. Todo ésto por si acaso tuviésemos dudas.

Ahora, ya miraculado, pleno, convencido que gracias a su Gracia se me infundió el ánimo necesario, la beligerancia necesaria para entender con más profundidad, para que mi lengua se desate, para que mis ideas fluyan más coordinadamente, para que mi razón atropellada se exprese, para que mis tímidas críticas se transformen en ventarrones de inconformidad. Esto es un milagro; así lo entiendo, tan real, o más que los tullidos que corren.

Ahora ya no voy a callar los atentados contra la razón que durante siglos el catolicismo y sus análogos nos han acomodado en las neuronas, ahora ya no silenciaré mi inconformismo contra aquellos, incluyendo al santo de marras, que trataron -y que continúan en su triste empeño- con falacias, con juegos de palabras primarios, con sofismas simplistas, de llevarnos a la edad media, ahora no me acallaré frente a los profetas del oscurantismo, que con sus sermones baratos y sus catecismos falaces nos quieren apartar de nuestra realidad humana, prohibir lo improhibible, aquello que los mismos iluminados acometen en secreto, mientras predican lo contrario. Aquellos que quieren reglamentarnos nuestra cama, nuestros actos humanos, aquellos que desde siglos postreros vienen inyectando su veneno medieval a los estados democráticos, aquellos que odian y persiguen solapadamente y con intromisión indebida la mayor adquisición de los últimos tiempos: nuestra laicidad.

Gracias le doy a San Wotyla por iluminarme y haberme hecho objeto de sus prodigios, que hasta ahora comienzan. Tendremos para largo. Propongo se le cambie de nombre al beato, para que nuestro criollo gaznate, poco apto a las pronunciación polaca, le sea más fácil articular. San Guatila sugiero, que además su nemotecnia, nos hace pensar en la excelente verdura tropical tan espinosa por fuera, pero tan tierna y nutritiva por dentro. Todo lo contrario de mi santo. Gracias San Guatila, por haberme concedido el milagro de destrabar mi lengua para que pueda expresar libremente todo cuanto pienso de los horrores y errores pasados de la iglesia pero sobre todo de los presentes, éstos que nos quieren forzar a perpetuar. Gracias por hacerme entender que Errare Humanum est, pero que no se debe exagerar, y menos intencionalmente.

Y ahora con la lengua milagrosamente destullida puedo decir que mi santo de devoción ha violado las normas de convivencia humana, nos ha confinado a la extravagancia utópica de sus ideales que sólo funcionan en seres no terrestres, nos ha impedido ser personas modernas, humanos con deseos sexuales, con afición al placer, con ganas de decidir cuando y con quien convivir, hasta cuando la vida es digna, ha fomentado la desigualdad de géneros, colocando a la mujer en un estadio inferior, nos ha hecho retroceder en lo poco adquirido, nos ha tratado de convencer que el medioevo es la mejor solución para nuestra virtud. Pero, peor aún, nos ha dejado en heredero a quien fue su inspirador y le dejó como tarea el perpetuar sus aciagos arquetipos.

Ahíto de tanta Gracia, imploro y hago un llamado a otras generosas personas que quieran contribuir con el testimonio de otros milagros obtenidos, tan ciertos como el mío, para que expresen de viva voz, para que comenten sin temores la milagrería que se desató y que así coordinados eficientemente contribuyamos a agilizar la tan merecida santificación de San Guatila.

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Gran motivación en la consolidación de una ideología libertaria; hedonista; redimida de prejuicios; derribadora de paradigmas, en particular los religiosos; cuestionadora de tradiciones; cartesiana...