sábado, 17 de marzo de 2012

“ La carroza de Bolívar ” de Evelio Rosero


Bolívar, el héroe revisado

por Fernando Fernández


“Ningún pueblo se independizó entonces,
y es posible que ninguno todavía se haya independizado.
El grito de independencia era menos que un grito a medias,
era un gritito de la nobleza criolla, burgueses que a toda costa querían aprovechar de la tajada.
Ninguno pensaba en su pueblo americano y otras lunadas sino en su propia hacienda, señores.
Por eso daban grititos”.
E.R.

Una simpática y divertida historia que tiene por eje central la construcción de una carroza –escenificadora de la vida de Bolívar– para el desfile del carnaval de blancos y negros de la ciudad de Pasto en el año 1966. No habría mayor interés en ello, de no ser porque la mentada carroza –que da origen al título del libro– cuestiona con gran ironía la figura de Bolívar y pone en relieve sus máculas: megalomanía, apetencia a ultranza de poder y su gran soberbia; la carroza en cuestión es tirada por doce niñas, a guisa de lo ocurrido en la entrada triunfal de Bolívar a Caracas.

En un reciente carnaval de Río de Janeiro el gobierno venezolano pagó quinientos mil dólares (otras lenguas dicen que un millón) provenientes de la corporación de petróleos PDVSA para que la escuela de samba hiciera desfilar una carroza alegórica y magnificente del Libertador. No está entonces el escritor fuera de tono ni imaginando utopías.

“Todas y cada una de las más fastidiosas epopeyas de Bolívar, fastidiosas por lo falsas, y porque siendo falsas seguían desbordándose en escuelas y colegios igual que el manantial de la verdad. Con la carroza de marras, pensaba, Simón Bolívar, simple y llanamente, resultaría divulgado como una fábula, pero una fábula de verdad, hilvanadas cada una de sus más infames y evidentes maniobras, Simón Bolívar, se dijo, revelado al fin, Simón Bolívar tal cual: su extraordinaria capacidad para convencer a sus contemporáneos y de paso a las generaciones venideras (con cartas y proclamas ampulosas, intrigantes, delirantes y tramposas, pomposas y pedantes, ditirámbicas, simulacros de Alejandro Magno y Napoleón) de que era alguien que no era, que había hecho lo que no hizo, y pasar a la historia como héroe que no fue”.

La novela toma mayor interés con las historias colaterales que se urden alrededor del eje temático de la carroza, tales como: los enredos amorosos con sus respectivas pasiones, las infidelidades y desavenencias; las pendencias maniqueas en materia política; los pormenores costumbristas nariñenses (gastronomía, baile, disfraces, historia, idiosincrasia,…).

Todo tipo de acciones se desarrollan al loco ritmo del Carnaval: farras y borracheras interminables, y los desmanes consecuenciales; muertes naturales y otras fruto de asesinatos; la violencia física e intelectual; el sexo deseado o practicado al compás de los instintos desenfrenados y aturdidos de alcohol; las infidelidades de las parejas; los amoríos a que induce el exceso de bebida, que allí es de aguardiente; el dinero gastado o desperdiciado en esa demasía de alegría efímera. Consterna ver al ser humano reducido a sus actos más básicos e indignos, de los que no escapan ni esos que fungen de intelectuales; una población entregada a sus impulsos primitivos, sin medir consecuencias. Recuerda por momentos “El concierto barroco” de Alejo Carpentier en el que también los excesos son de rigor durante un Carnaval de Venecia.

Se puede decir que el protagonista de la novela es el doctor Justo Pastor Proceso López, ginecólogo reconocido de Pasto; sobre él recae gran parte de la acción: como es la idea y la financiación de la carroza de Bolívar, así mismo el malentendimiento con su alebrestada esposa Primavera y sus hijos, su interrelación con la servidumbre, su litigio con aquellos que ven en su denuncia, simbolizada por la carroza, una audacia traicionera contra el héroe de la independencia. Es este personaje el medio por el cual se introduce el conflicto que desarrolla el libro y que hace virar la novela a la trama dramática. So pretexto de diseñar la carroza para el carnaval reúne a un grupo selecto de intelectuales, entre los que figuran el catedrático Arcaín Chivo, el obispo de Pasto, profesores, otros amigos y su díscola mujer deseada por estos señores. Durante estas tertulias, bien nutridas de alcohol y lascivia, se narra y revisa la convencional y aprendida historia del comportamiento de Bolívar, y en las que citando al historiador nariñense Rafael Sañudo se actualiza la vida de Bolívar, quien es aquí tildado de “mal llamado libertador”. Se basa mucho el escritor en Sañudo quien otrora fuese repudiado por escarbar y esclarecer esta ignominiosa parte de la historia; traidor, le gritó el corifeo nacional que sólo entiende de alabanzas al libertador, sin posibilidad alguna de crítica. Presenta a nuestro prócer como un ser repulsivo, usurpador de la gloria y de la victoria de otros, además de presentarlo como un ser sin escrúpulos, capaz de cualquier execrable medio justificado por el fin que perseguía: “Y su asombro amargo era sincero: Bolívar, estratega inventado, forjador de victorias que no eran victorias, o peor: victorias que no eran suyas. Sólo regresaba si las cosas soplaban a favor de los patriotas, era un parásito sagaz, aprovechaba cada oportunidad que le brindaban los otros generales con sus victorias”.

Y es que Bolívar aún está en deuda con los pastusos quienes fueron fieles a la realeza española hasta bien entrada la etapa de la independencia: los culpabilizó de su derrota en Bomboná, la que en el mejor de los casos fue una victoria pírrica para ambos bandos (realistas y republicanos). Bolívar derrotó a los pastusos, asesinó a su líder Agualongo y no contento con este triunfo permitió el saqueo, fomentó la traición, los abusos sexuales y la masacre de centenas de pastusos. Es esta novela una especie de cruce de cuentas con la historia y gloria que tradicionalmente se le atribuye al “mal llamado libertador”. Pasto aún no olvida esta mano fuerte que los humilló y aniquiló.

El escritor declara en sus muchas entrevistas que no es historiador, sin embargo quiere dictar cátedra de historia, y lo hace a través del profesor Arcaín Chivo que cita a Sañudo. Dice Rosero en una entrevista: “En sus proclamas Bolívar era defensor de todos los derechos. Otras cosas hacía en la realidad. Quería ser presidente vitalicio, monarca de los Andes. Y esto no lo digo yo, lo dice la historia; lo señalan los documentos de quienes lo escucharon, o actuaron con Él. Hubo a su lado héroes realmente héroes, más grandes, más significativos, Miranda, Piar, Nariño, Córdoba, Sucre, que merecen todo el elogio de que disfruta históricamente Bolívar, sin merecerlo”.

Rosero recoge también testimonios de tradición oral, en las que se narran tremebundos pasajes que conciernen las atrocidades cometidas por Bolívar y su ejército en Pasto. Es el libro un cuestionamiento del héroe: por los abusos de poder absoluto y su desmesurada búsqueda de grandeza.

Es también la novela una historia de intolerancia y de la manera como ésta es practicada por grupos tanto de izquierda como de derecha, los primeros representados aquí por una célula guerrillera en ciernes y los segundos por militares. Por supuesto, la carroza es un detonante que no favorece la imagen del Libertador y por la que estos grupos –de derecha y de izquierda– se oponen a su construcción y tratan de desaparecerla. Bien sabido es que los polos radicalmente opuestos terminan por encontrarse en sus medios y hasta en sus metas; lo constatamos con el terrorismo, ¿acaso no hemos visto en nuestro país contemporáneo a grupos de izquierda asociarse con criminales y narcos para lograr un fin común

No solamente Sañudo y Rosero han intentado ajustar la historia de Bolívar, ya Karl Marx lo había desmitificado en un documento en el que lo critica, lo desestima y hasta tilda de: pequeño Bonaparte, vil dictador de la causa aristocrática, instrumento de la insurrección anti-española quien defendía causas de la aristocracia y no de la sociedad de clases.

Es un buen libro este nuevo de Rosero –al igual que “Los ejércitos”–, de amena cadencia, de un estilo agradable sin sofisticaciones idiomáticas, de trama y tema que mantienen al lector atento y apegado, con monólogos interiores suscitados por la borrachera generalizada. Tal vez, podría reprochársele –aunque esto es menor– la gran repetición de palabras en el mismo párrafo (ie. simio), así como el uso imbricado de los dos puntos (:) de manera bastante extraña y, diría yo, errónea. Bien vale la pena la lectura de este libro lanzado en el Hay Festival 2012 de Cartagena.

Aunque no es posible devolver el reloj de la historia sí se puede intentar comprenderle sus tic tacs.

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