sábado, 17 de marzo de 2012


Tantas cosas en el Hay…

por Fernando Fernández

“Consejo a los escritores jóvenes: escriban más y hablen menos”
Carlos Fuentes, durante el Hay Festival de Cartagena

Antes de que en mi memoria se desvanezca, anoto con premura una lista de factos de lo vivido en este Hay Festival cartagenero 2012, durante el que placenteramente alterné literatura y playa. El ordenamiento lo quedo debiendo.

En los foros…

Los buenos escritores invitados; los muchos asistentes interesados; los entusiastas que vienen a conocer al escritor para después leerlo; los que traen los libros para conseguir una dedicatoria del escritor; los que compran libros porque está vez si van a leerlos; los silenciosos que ya han leído y no dicen nada; los escritores invitados que tienen que hacer gala de respuestas inteligentes y se estereotipan; los escritores invitados que se sienten con la obligación de lanzar frases osadas, originales y estrenan frases gratuitas, sin justificación; el público que se siente halagado cuando no entiende algo (“este escritor debe ser muy inteligente, yo no logro entenderlo”); las preguntas del público que se hacen por el placer de hablar, de lustrar el ego; el adolescente que pregunta en público con el único afán de lucirse delante de su familia y sus amigos y para inaugurar el inglés que aprendió en el colegio; los escritores con falsa modestia que dicen que escriben para aprender; los escritores que no han sido invitados al estrado y entonces hacen preguntas severas, destructivas y con respuesta incluida; las enormes colas de entrada que serpentean en total desorden; los que se creen VIP y se dan mañas para colarse por todos lados; los moderadores que quieren eclipsar al entrevistado; los buenos moderadores que han leído y preparado la entrevista; los moderadores que improvisan todo a medida que transcurre la entrevista; los celulares irrespetuosos que suenan durante las entrevistas; los charlatanes del público que no pueden callar durante las entrevistas; las miles de fotos que toma el público a los escritores para inmortalizar el momento; los moderadores que indiscretamente develan los desenlaces de la novela; los escritores que se sienten agentes comerciales y lanzan cuñas “lee mi libro”; los políticos que se exhiben para aparentar ser lectores y buscar réditos electorales; las boletas sin numeración que fomentan desorden y la búsqueda difícil de ubicación; los invitados especiales anunciados que no aparecen en la tarima; las discordantes entrevistas sobre temas no literarios; los bonitos escenarios cartageneros; las estupendas maríamulatas que revolotean por todas partes; los distractores fotógrafos que se sienten con autoridad de pasearse impunemente por todas partes; las disparejas vestimentas de los asistentes; los encantos del teatro Adolfo Mejía (Pedro Heredia, para entender) con su diseño a la italiana y sus remates criollos; los…

En la playa…

La agradable temperatura tropical; la tibieza de las olas; el amanecer en la playa; las esculturas humanas que se pasean y pavonean ante los lúbricos ojos de los bañistas; las sucias playas; la ausencia de canecas de basura en la playa; el agobio de los miles de vendedores; las masajistas que insisten para atrapar clientes; los vendedores de aceite de coco que quema las pieles de los bañistas; los almuerzos playeros de pescado de mil espinas; el agua cálida del Caribe; la inexcusable ausencia de baños en la playa; el bloqueador que se olvida de echar y la piel sufriendo; los aburridos vendedores de excursiones; los deliciosos cocolocos; las cervezas frías; las bellas palenqueras que regalan sonrisas y venden fruta fresca; las asoleadas ostras que venden sin refrigeración; los tatuajes no permanentes que se plasman en las pieles indecisas; los excesos de tatuajes de algunos bañistas; las panzas exhibidas sin pudor; las tangas narizonas de mal gusto; la vulgaridad de los bikinis sobre cuerpos obesos; el buen gusto en el vestir de muchos bañistas; los estupendos dulces agridulces de tamarindo; los nuevos parasoles con sus sillas Rimax; las cuentas alegres que fabrican los alquiladores de espacio y bebidas; los dientes blancos blanquísimos de las mulatas que venden cocadas y otros confites; las brisas que refrescan de la canícula tropical; el cielo azulísimo sin parches de nubes; las sonrisas cómplices y coquetas de los pasantes; las prendas playeras nuevas de los cachacos; la alegría vacacional de todos; la comunión con el sosiego; los cientos de fotos de recuerdo disparadas con fondo de olas caribes; los muchos collares de piedras de colores que son ofrecidas cada minuto y poco comprados; la ausencia de cartageneros en la playa (porque se ponen negros, escuché); los uniformes del SENA que les pusieron a las masajistas, con lo cual quedaron graduadas de terapeutas; la poca lectura en la playa; la destreza de los pocos surfistas; los muchos extranjeros que se deleitan con este Caribe colombiano; los muchos colombianos que también; los…

Pero, por sobre todo:

La gran convocatoria que produjo el libro

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Datos personales

Gran motivación en la consolidación de una ideología libertaria; hedonista; redimida de prejuicios; derribadora de paradigmas, en particular los religiosos; cuestionadora de tradiciones; cartesiana...